domingo, 17 de febrero de 2008

Ventanas naranjas mi recuerdo asesino.


Solo, finalmente
me retuerzo
blandiendo mi poder hiperconvulso
desangro mi alma.

Donde como defeco
donde amo
derramo la oleosa bilis,
medio interno amargo
como veneno de mis rotos espejos
agua bendita de mis santos infiernos.

sábado, 2 de febrero de 2008

Tuve la culpa de todo. Siempre fui yo.


Y el momento a llegado
es cuando dejo de lado
el orgullo y lo pasado.

Me duele, en circustancias similarmente
al capricho irrelevante que se le niega a un niño
y se le rompe el alma,
otras como la timida llaga creciente y maldita
que deja a su paso el comprender que perdí la vida.
Tomo con cuidado y parsimonia las memorias que me quedan,
y luego de infinitas muertes de relojes
con tic-tacs ensordecedoramente descuidados,
las engullo una a una, en la caravana de arcadas propia
de tan oleosos, magullados, fríos y provocantes recuerdos.
Y los dos últimos,
como el clímax de la caravana que, tambaleante,
sube lentamente la colina que desconosco donde termina,
no concibo tragarlos, aún tras estos años de espectación,
de no ser juntos al unísono.
Exactamente cuando atraviesan la garganta como una espada,
cayendo raspantes hacia las miríadas negras de esferas oleosas
que palpitan perdidas en las profundas tinieblas de mi ser,
los recuerdo tal como eran en su esplendor
como prístinas estrellas blancas, zumbeantes, deliciosas.
Inconfundiblemente queridas.
Sé que cuando impere las encontraré,
el mismo esplendor centelleante estará siempre ahí,
donde hibernan atesorando el calor de la resurrección.

Confieso, archivo y manifiesto.

Debo decirles muchas cosas:
como que nunca terminé Rayuela,
que odio a Cervantes pero algo quise al Quijote,
que cada vez que leo a alguien trato de plagiarlo,
sonsonuda y descaradamente.
Que soy una absorbente esponja de modismos,
que poco realmente sé de amor y de aventura,
que menos sé de pasión y de locura,
que nunca me aprendí un aforismo.
¡Pero qué boca más enorme!
Digo tanto de lo que no sé, de lo que nunca supe;
de lo que quizás nunca sepa.
Y fingí tantas veces! Fingí caras,
fingí puertas, fingí frases,
fingí personas y volví a fingir más frases:
más de alguna vez fingí cariños.
Y es que entre tantos despertares se me escapan las ideas.

Nunca aprendí a colarme los sesos,
a barajarme las ideas. Nunca aprendí a dar el agua,
y con algo de suerte dar refresco a luces apagadas.
Y ese puto alguien, que le dijo te amo
en alguna cama.
¿Y quién?
Confieso que nunca aprendí a escribir,
que archivo las marchas nupciales.
Manifiesto que nunca pude hablar.